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Por Ander Gordoa Gil | Socio consultor de Aprendiza Consultores.@Aprendiza_C
Desde que inicié mi carrera profesional, hace más de 28 años, no he parado de empaparme de ideas y conceptos (y a veces herramientas) ligadas a lo que llamamos “desarrollo de personas” o “desarrollo de habilidades profesionales”. Desde el concepto de “demogestión” de los ochenta, pasando por la empatía o la asertividad como herramientas de mejora de la comunicación (mal endémico de nuestras organizaciones), hasta la inteligencia emocional o la PNL (programación neurolingüística), todas ellas y muchas más han pretendido dos objetivos fundamentales y ligados entre sí: Lograr una mayor bienestar emocional del individuo como ente relacional, y como consecuencia, obtener un mayor rendimiento en su trabajo.
Sin embargo, a mi alrededor no paraba (y no paro) de escuchar: “se ha puesto de moda esto o lo otro”, “a ver cuánto dura…”, “al final es siempre dar vueltas a lo mismo”, “y ahora el mindfulness, otra moda pasajera”. Por mi parte, siempre he rebatido estos comentarios porque creo que todos esos conceptos son herramientas muy valiosas para alcanzar los objetivos definidos anteriormente, con independencia de la influencia de la moda. Pero también considero que el mindfulness es algo distinto: si interiorizamos el concepto, nos va a llevar a concluir que, efectivamente, pretende un mayor bienestar del individuo/trabajador, y por ende, rendirá más y mejor en el trabajo, que no es poco… No obstante, la potencia de esta “filosofía” de vida radica en su contundente mensaje:
“el pasado y el futuro no existen; aprendamos a vivir el presente”.
Si nos paramos a reflexionar sobre nuestros propios pensamientos, seremos conscientes de que nos pasamos la mayor parte de nuestro tiempo pensando en el pasado (recordamos con nostalgia aquellos momentos o situaciones en las que nos hemos sentido felices, o reconocidos, o con pavor aquellas vivencias que nos han desagradado, frustrado o puesto en ridículo) o en el futuro (planificando lo que vamos a hacer el próximo día, o esa misma tarde, o dónde voy a ir el fin de semana, o las vacaciones,…); y nos olvidamos del aquí y ahora, de nuestro presente, que es lo único que existe, lo cual nos impide muchas veces disfrutar de las experiencias reales, o simplemente afrontarlas con conciencia plena.
El mindfulness se está aplicando cada vez en más empresas para combatir el estrés generado por la excesiva sobrecarga de trabajo, la inseguridad derivada del afrontamiento de funciones y responsabilidades que exceden nuestras competencias, el exceso de viajes, reuniones, etc. Y se está aplicando con éxito.
Pero estoy convencido que el mindfulness puede ir más allá y aportarnos la tan ansiada y perseguida felicidad, o al menos incrementar un par de grados nuestro baremo. Y no debemos olvidar que un trabajador feliz es un trabajador motivado, lo que hace que sea más productivo y eficiente.